
Si existe un epílogo en la vida, ha de ser algo como esto: viajes hacia posibles derivados del
Más Allá, o un trayecto en círculos con retorno al prólogo inicial. El alma inaccesible que conduce lo sabría con certeza, pero calla ante
efímeros, enfermos pasajeros, de voz y tacto inocuo, que fijan su vista al exterior. Se regocijan ante este mundo que se mueve bajo las ruedas del tren, en su recorrer por la
vía de los vivos:
... casas, parques, aceras, fábricas y asfalto, luces difuminadas por un Sol que oculta las estrellas, extensiones masivas de vida próximas a su muerte. Y todo el tren se detiene ante los que buscan, en la ignorancia, un andén desde el que lanzarse a los tersos brazos de Azrael.